La actividad agropecuaria en España es muy sensible al cambio climático pero, al mismo tiempo, este sector tiene grandes capacidades para adaptarse, reducir su vulnerabilidad y, eventualmente, beneficiarse de algunos efectos del cambio.
La agricultura española deberá enfrentarse al incremento de las temperaturas, los cambios en el reparto anual de las lluvias o el incremento de las sequías.
En la ganadería, cobra especial relevancia la disponibilidad de recursos forrajeros, que condiciona la alimentación del ganado y la rentabilidad de las explotaciones, pero también será necesario hacer frente a procesos parasitarios e infecciosos, cuyos agentes etiológicos y/o vectores están estrechamente ligados al clima.